Si hay algo que ha cambiado en los últimos años, son los eventos: bautizos, bodas, comuniones… Y todo tipo de celebraciones. Cambian las tradiciones, el sentido del matrimonio, la estética nupcial, la forma de celebrarlo y como no podía ser menos, cambian las invitaciones de boda.
Hasta la década de los 90 la idea (general) de casarse era: estrenar una casa; independizarse; vivir por primera vez con alguien y planificar un futuro de corazones con niños, perro y casa en la playa (a grandes rasgos). Para ello se organizaba un gran bodorrio: buscar iglesia, buscar lugar donde celebrar un gran banquete, fijar fecha de la boda, planificación de vestuario, presupuesto, hacer la lista de invitados, encargar las invitaciones de boda, las tarjetas para los regalos, los menús de banquete… Repartir las invitaciones de boda, confirmar asistentes al evento… Y así una lista interminable de cosas, que a la gran mayoría de parejas, les estresaba en vez de divertirles.
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